Anne Morillon

Correspondencias ciudadanas en Europa, o cómo contribuyen los artistas a superar las fronteras entre “Ellos” y “Nosotros”.

El proyecto “Correspondencias Ciudadanas en Europa – Las migraciones en el corazón de la construcción europea” me ha interesado por diversas razones. De entrada, la idea de confrontar los puntos de vista de ciudadanos, artistas e investigadores sobre un tema que conozco bien –el fenómeno migratorio– me sedujo desde el principio. Por otro lado me interesaba trabajar con artistas, pues siempre he pensado que el funcionamiento del arte y de la ciencia se parecía en algunos aspectos, como por ejemplo la necesidad de creatividad, inventiva y sensibilidad hacia el mundo que nos rodea. Esa es la postura y la manera de trabajar que percibo en todos los artistas involucrados en el proyecto, es decir, la necesidad sentida de combinar en su producción la creación artística y el discurso social y político. Por mi parte, me defino como una “socióloga implicada”, es decir, que integro mi actividad de investigadora con los objetivos de estudio y no soy indiferente a las implicaciones sociales de mis trabajos.

Por otro lado, en 2009 dirigí una investigación colectiva sobre las representaciones ligadas a la diversidad de los orígenes nacionales de los habitantes del barrio del Blosne (donde tiene lugar la residencia en Rennes), en busca de vínculos entre la construcción del barrio en los años 1960, la apelación a la mano de obra extranjera y los lugares que dan fe del proceso. La iniciativa de L’âge de la tortue despertó en mí el deseo de prolongar dicha investigación.

Por último, yo también soy una ciudadana-habitante del barrio desde hace algunos años y siento un apego real a este territorio, a primera vista poco atractivo. Intervenir en mi espacio vital, el espacio donde crece mi hija y donde mantengo vínculos de vecindad y de solidaridad más intensos que en otros lugares, tiene un gran valor emocional para mí. Además, he tenido ocasión de hacerlo con una asociación que se toma en serio su trabajo con los habitantes del Blosne.

En este proyecto me he visto en la necesidad de ponerme varias caretas: la de socióloga, la de ciudadana-habitante del barrio, y la resultante de combinar la doble postura de actora y observadora del encuentro ciudadano-artista-investigador. Un número de equilibrismo, una posición compleja, frágil, inconfortable incluso, que este proyecto me ha permitido conocer. Por otro lado, no he estado propiamente “en residencia”, pero sí he estado presente de forma intermitente durante toda la duración de la residencia en Rennes: casi todos los días he ido a compartir una comida, a hablar con unos u otros acerca de sus trabajos en curso, a reflexionar con un artista, a charlar con Nicolas, Fanny y Medhi, orientadores y/o animadores del proyecto, a organizar “debates colectivos”, etc.

Este texto es por un lado una reflexión sobre las encrucijadas sociológicas y políticas que, en mi opinión, se encuentran en el corazón de la iniciativa “Correspondencias ciudadanas en Europa…” y también una mirada sociológica implicada sobre las obras realizadas en este proyecto.

 

Etnicidad y frontera(s) entre “Ellos” y “Nosotros”.

Propongo una lectura del proyecto “Correspondencias Ciudadanas en Europa…” a partir de la noción de frontera y su corolario, la etnicidad.

Con la generalización de los Estados-nación, las migraciones son indisociables de la idea de una frontera cuyo franqueo puede estar autorizado o impedido. La frontera es en este contexto una línea geopolítica estabilizada a lo largo de los siglos que sirve para delimitar lo “nacional” y lo “no nacional”. El marco del Estado-nación no es el único que genera fronteras, pues existen también a otros niveles: la ciudad, y a nivel más simbólico, el barrio.

Para la sociología de las relaciones interétnicas, uno de los marcos teóricos a los que me remito a menudo en mis trabajos, la etnicidad y las fronteras étnicas son dos conceptos indisociables. La etnicidad es una categorización identitaria fundada en la creencia compartida por los individuos de la existencia de un origen común, producido o activado por ciertas circunstancias, que los vuelve diferentes de los demás. Esta creencia erige una frontera entre “Ellos” y “Nosotros”. Los grupos étnicos son pues categorías construidas a partir de relaciones llamadas “interétnicas”, no poblaciones de contornos objetivos.

Por otro lado, la etnicidad y las fronteras étnicas no pueden entenderse si no es a través de las relaciones sociales en las que se traducen, a saber, en relaciones desiguales, de dominación. La etnicidad se sitúa de entrada del lado de los dominados, pues la etnicidad de los dominantes nunca es percibida como tal sino como una referencia general, universal. En la relación social de dominación las minorías son sometidas a las normas de la sociedad mayoritaria y presionadas para conformarse a ellas. Al mismo tiempo, son percibidas como diferentes e inferiores y son discriminadas por este motivo. Esta lectura social debe combinarse con un enfoque en términos de relaciones de género, de clase y de generación. Ello no entra en contradicción, por otro lado, con la visión del individuo como actor dotado de deseos, capacidad de elección y de acción.

El caso de las poblaciones inmigrantes en Francia resulta particularmente ilustrativo. Aquí me limitaré a la situación de las poblaciones de las antiguas colonias. La categoría “Ellos” remite en este caso a los emigrantes, a los extranjeros (o a los que son percibidos como tales), a los miembros de las minorías o a los dominados, y la categoría “Nosotros” a los no-emigrantes, a los franceses (o a los que son percibidos como tales), a los miembros de la mayoría, a los dominantes. Los extranjeros o los emigrantes son habitualmente encerrados en una generalización que les deniega toda singularidad: a ojos de la mayoría, un “extranjero” representa por sí solo a su grupo (el “magrebí”, el “negro”, el “musulmán”, etc.), mientras que la individualidad, esa manera sensible de tener un lugar en el mundo, sería el privilegio de los miembros de esa mayoría.

Además, estos grupos son a su vez objeto de representaciones globalizadoras y estigmatizadoras históricamente construidas, en especial durante la colonización. En efecto, fue durante el periodo de conquista colonial francesa (entre 1870 y 1910), marcado por la voluntad de dominar y domesticar, cuando se construyeron las representaciones del Otro o, en otras palabras, fue entonces cuando se extendió el pensamiento racista. Los “zoos humanos” de finales del siglo XIX jugaron un papel destacado en la difusión del pensamiento racista. Desde 1877 hasta la década de 1930, las exposiciones llamadas “etnológicas” –donde se exhibían en jaulas o en cercados individuos “exóticos” mezclados con bestias salvajes– atrajeron en toda Europa a un público ávido de distracciones y de sensaciones fuertes. Estas exhibiciones de individuos “exóticos”, los futuros “indígenas”, marcan durante cerca de 60 años la transformación progresiva en Occidente de un racismo “científico” en un racismo colonial y “popular”, que llegará a millones de espectadores. La “animalización” de los pueblos “exóticos” y la negación de su plena naturaleza humana servirán para justificar la empresa colonial y la misión civilizadora de Occidente.

La imagen del colonizado persiste en las representaciones de las poblaciones surgidas de la inmigración poscolonial presentes en Francia. Por otro lado, esta representación se ve reforzada por el estatuto social generalmente poco elevado de los inmigrantes. Ello explica en cierta medida por qué los descendientes de los emigrantes, aun cuando hayan nacido, se hayan socializado y hayan sido escolarizados en Francia, son asignados a tareas subalternas. Ellos sin embargo se niegan a ocupar una “plaza de inmigrante” y aspiran a la promoción social que la ideología republicana hace posible.

La pareja etnicidad/frontera pone el acento en la variabilidad de las identidades, en constante proceso de construcción, reconstrucción o deconstrucción en función de las interacciones. La definición de la identidad depende de la situación donde se expresa. Así, en ciertas situaciones, con mis interlocutores bretones, me defino como “renesa”, mientras que fuera de la Bretaña o de Francia puedo llamarme bretona o francesa. Pero también soy una mujer, treintañera, socióloga, madre, etc., y puedo manipular estas diversas dimensiones de mi identidad en función de las situaciones y de los interlocutores. Muy distinta es la posición de los inmigrantes en Francia, a quienes a menudo se asigna una identidad “para siempre” asociada a representaciones globalizantes. Por ejemplo, una joven cuyos padres nacieron en Marruecos o en Argelia es percibida como “de origen magrebí, dominada por su padre o por su hermano, musulmana, incluso portadora del velo” y todos sus actos son interpretados por los integrantes de la mayoría como expresión de esta identidad considerada como la única posible para ella.

Por último, la categorización de las poblaciones y la segregación espacial van a menudo de la mano. Ciertos territorios –como los barrios del Blosne (Rennes), los barrios de la Zona Ponent (Tarragona) y los campamentos como Pata Rat (Cluj)– llevan asociada una distinción entre un interior y un exterior que marca una frontera entre “Ellos” y “Nosotros”. Esta frontera coincide en parte con fronteras étnicas, como en el caso del barrio del Blosne, percibido en Rennes como el barrio de la “diversidad”, eufemismo para designar la inmigración y sus problemas asociados. A otros niveles, en especial a nivel europeo, la frontera establece una separación entre “Ellos” (los que no pueden cruzar las fronteras de la UE) y “Nosotros” (los que no tienen impedida su libertad de movimientos tanto en el interior como en el exterior del espacio europeo, aun cuando en el interior de este “Nosotros” surjan otras fronteras, en especial entre los Estados recién ingresados en la Unión y los “de siempre”).

He desarrollado mi contribución al proyecto desde esta perspectiva teórica. Me parecía que la reflexión sobre la frontera y las condiciones de su franqueo podían encontrar un eco entre los dinamizadores y los actores del proyecto. Mi manera de expresarlo ha sido la siguiente: ¿cómo superar el encierro habitual de los “extranjeros” en una generalidad (un colectivo, un grupo, una “comunidad”) que niega su singularidad? Más allá de esta singularidad –común por lo tanto a “Ellos” y a “Nosotros”–, ¿cuáles son las condiciones propicias para la emergencia de una “comunidad de destino” a escala del barrio y que supere precisamente esta fractura? En otras palabras, ¿en qué medida el trabajo artístico que explora la alteridad contribuye a la superación de la frontera habitual entre “Ellos” y “Nosotros”?

 

Perspectivas sobre la frontera

Durante la residencia en Rennes, propuse al equipo de artistas e investigadores implicados tres encuentros “formales” en el curso de los cuales abordamos esencialmente dos cuestiones. En primer lugar, la frontera: ¿Qué definición(es) damos de ella(s)? ¿Dónde se encuentran las fronteras en nuestro proyecto? ¿Cómo podemos superarlas, desplazarlas? Posteriormente, traté de tomar a contrapié la manera habitual de enfocar al Otro, el emigrante, en términos de diferencia, particularismo y especificidad, para abordarlo desde las nociones de lo común, lo parecido: ¿En qué se parece el emigrante al no emigrante? ¿Qué tienen en común?

Algunos artistas ven en la frontera un asunto político y social, pero también una metáfora de la sociedad actual. Nani, por ejemplo, introduce esta noción en sus encuentros con los habitantes del barrio, tratando de definir su concepto a partir de pequeños apuntes, de evocaciones sucesivas, convencido de que es algo propio de cada persona. Aborda a sus interlocutores en base al juego de pregunta-respuesta instantáneos: “Cuando le digo frontera, ¿cuál es la primera cosa que le viene a la cabeza?”. Un habitante le responde que “no le gusta la frontera, la frontera es la separación y ninguna separación es buena ni natural”. Nani subraya también que la idea de frontera está presente incluso en el “cuaderno de especificaciones” del proyecto, pues la parte de las Correspondencias que tiene lugar en Rennes está circunscrita al barrio del Blosne. Así, explica que había conocido a un hombre que estaba dispuesto a entablar una Correspondencia con él, pero que no pudo llevarlo adelante ¡porque consideraba que no habitaba en el Blosne! Ahora bien, las fronteras del barrio son también indefinidas. Algunos afirman que el Blosne se reduce a la zona que rodea la estación de metro que lleva este nombre, otros, que va desde la avenida Fréville hasta la avenida de Polonia. Otros, como Andrei, insisten en que lo importante es “la gente que conforma el barrio, viva o no en él. Algunos trabajan en el barrio y pasan en él más tiempo que en el barrio donde ‘viven’… La ciudad es obra de la gente que la construye con el tiempo que pasa en ella, lo importante es tener una experiencia de vida en el Blosne”. Andrei retiene pues la definición simbólica de frontera y se niega a reproducir en su trabajo la frontera administrativa, que para él no tiene más sentido que la idea que se hacen de ella las personas.

La propuesta de Xavier se burla de las fronteras administrativas, partiendo de la idea de sus corresponsales de una ciudad imaginaria que él representa a continuación en su trabajo plástico bajo la forma de fronteras alegóricas. En la obra de Paloma, en cambio, la frontera física es omnipresente. Concebida inicialmente según el modelo del Juego de la Oca, su obra pone en escena a tres tipos de protagonistas: los emigrantes europeos cuya libertad de circulación y de instalación apenas encuentra limitaciones; los emigrantes de los “nuevos países de la UE”, que tienen derecho a circular pero no a instalarse en otros Estados europeos; y los procedentes de “terceros países”, que no tienen ni libertad de circulación ni libertad de instalación. Para ellos, el paso de la frontera es “oneroso”, ya sea mediante la presentación de un visado, mediante el pago de una fuerte suma de dinero a intermediarios con pocos escrúpulos, o mediante la puesta en riesgo del propio cuerpo en una patera. En esta clase de proyecto percibo una crítica apenas velada de la posición de la Unión Europea respecto a las cuestiones migratorias, un guiño irónico al subtítulo del proyecto “Las migraciones en el corazón de la construcción europea”…

En el corazón de la residencia en Rennes, pero también del conjunto del proyecto, se sitúa la frontera lingüística, principal obstáculo para la comunicación entre los diferentes protagonistas. Intérpretes valerosos hacen posible el intercambio, a pesar de lo cual se constituyen pequeños grupos sobre la base de las afinidades lingüísticas. Paloma, por ejemplo, piensa que la barrera de la lengua se hace particularmente presente y problemática en el seno del equipo artístico. En su opinión, existen dos grupos, por un lado los españoles y por el otro los rumanos. Considera que para superar esta separación es preciso que todos pongan algo de su parte. En cambio, según la opinión de Andrei, eso no es un verdadero problema: “¡Eso es Europa, después de todo!, y sin embargo todo el mundo termina por entenderse”. Paloma lamenta no poder hablar más del proyecto artístico de Andrei, mientras que para este último el problema no es tan grave: “No he hablado mucho con Nani y Xavier de sus proyectos, pero no pasa nada, ya tengo bastante con el mío”. Detrás de todo ello se esconde algo relacionado con la forma de trabajar de cada uno, con la necesidad de estar solos de unos y la necesidad de intercambio y compañía de otros. Al término de las tres semanas de la residencia de Rennes, tengo la impresión de que se había encontrado un cierto equilibrio, que reinaba una cierta armonía propicia para el trabajo intelectual y artístico.

¿Hacia una auténtica superación de las fronteras?

A diferencia de lo que he hecho hasta aquí, dirigiré ahora una mirada más externa sobre las realizaciones artísticas que acabo de presentar, con la mente puesta sobre todo en el lugar que ocupa en ellos la frontera y las condiciones eventuales de su superación.

En el Pasaporte ideal que Paloma realizó en colaboración con Romain y Pascal en Rennes, Tarragona y Cluj, emplea un estilo bastante lacónico para evocar unos relatos que se adivinan complejos, sensibles, incluso dramáticos. El pasaporte es la expresión por excelencia de la existencia de fronteras nacionales, el cual permite eventualmente franquearlas. La generalización del pasaporte como documento de viaje, pero también la existencia de un régimen desigual en el uso efectivo del mismo, sitúan la obra de Paloma en el centro mismo del fenómeno migratorio. Por otro lado, la frontera no se limita aquí a la frontera nacional, pues Paloma evoca también la situación de las minorías gitanas de Cluj y Tarragona. La tergiversación de este instrumento de control administrativo que es el pasaporte, ridículo en comparación con la riqueza de las vidas que tan prosaicamente restituye, no hace más que contribuir a su desacreditación y en mi opinión apunta hacia una atenuación o incluso una desaparición de las fronteras.

La revista ECCE HOMO EUROPEANUS de Romain, elaborada durante las residencias en Tarragona y Cluj, evoca la cuestión de las migraciones en y hacia Europa “desde los puntos de vista metafórico, humorístico, cínico e incluso sensacional y confidencial”. La revista presenta una sucesión de frases en distintos idiomas, dactilografiadas o escritas por los propios correspondientes, dibujos, símbolos tergiversados… Cada número propone una lectura crítica de la suerte de los emigrantes o de las minorías en Europa: acogida limitada, inexistente o deplorable; omnipresencia de la frontera y de sus derivadas (papeles, meandros administrativos, mar asesino, derecho de asilo no respetado, etc.); relegación, segregación y discriminación. Cargada de valores democráticos, liberales e igualitaristas, Europa se vanagloria de ser la encarnación plural del Estado de derecho; muy al contrario, según Romain, es incapaz de acoger dignamente a los recién llegados y de tratar de forma igualitaria a los inmigrantes y a otras minorías. Su obra sugiere también la duplicidad y el cinismo de la Unión Europea cuando organiza campamentos más allá de sus fronteras para contener la “afluencia” de emigrantes.

Las ciudades imaginarias de Xavier, concebidas en Rennes y en Cluj, son metáforas poéticas de la Europa de hoy y de mañana: Ciudades soledad, funámbula, amontonada, fragmentada y Ciudad nieve. Realizadas en 3D, reproducen la idea de frontera a través de la omnipresencia de líneas más o menos claras. Lo que interesa a Xavier no es tanto Europa como espacio integrado que traza una frontera entre “los que viven en ella” y “los que no viven en ella” sino lo que sienten las personas que forman parte de esta Europa, aunque sea a título provisional: soledad, aislamiento, incertidumbre, separación, amontonamiento, frío… De acuerdo con su forma, algunas de estas Ciudades resultan especialmente frágiles y sólo parecen tenerse en pie por un afortunado azar, a pesar de lo cual amenazan en todo momento con desmoronarse. ¿Cómo es posible que todo esto se sostenga y perdure? Esa es la cuestión que plantea Xavier, más atenta en mi opinión a las condiciones de la “vida en común” que a las diferencias existentes en la Europa actual. Su propuesta expresa con gran delicadeza una visión dubitativa acerca de la manera como los europeos, surgidos de sucesivas oleadas migratorias, construyen una existencia y un futuro en común.

En sus retratos en vídeo, Nani cuestiona sobre la base de relatos singulares la transmisión de las historias y los valores familiares de generación en generación tras la emigración. Bajo el impacto del brutal tratamiento de los gitanos en Cluj –su expulsión y relegación fuera de la ciudad–, sin embargo, reorienta un poco su propuesta para interesarse también por este grupo discriminado. Me detendré en el retrato de Lidia, una mujer de cincuenta años, nacida en la República Dominicana y casada con un bretón. Las explicaciones de Lidia sobre su recorrido, sus condiciones de vida y de trabajo en Francia, sus aspiraciones, aparecen apuntaladas por imágenes del barrio del Blosne. Nani se esfuerza en situar la historia singular de Lidia dentro del marco de su universo cotidiano y común con los demás habitantes. Los espacios de sociabilidad, las asociaciones de barrio, las instituciones son otros tantos lugares frecuentados por los habitantes, todos los habitantes. El barrio del Blosne parece constituir para Nani el lugar posible de lo común, de lo parecido, más allá de los orígenes reales o supuestos de sus habitantes. La idea de frontera es omipresente desde el momento en que se evocan los recorridos migratorios, las dificultades para encontrar trabajo, para aprender francés, etc., pero Nani propone de entrada las condiciones de su superación mediante la puesta en valor del espacio integrado del barrio.

Finalmente, el barrio es también un espacio importante para Andrei, quien lanza una mirada fotográfica sobre tres grupos: los chechenos del barrio del Blosne en Rennes, y los búlgaros y los hondureños de los barrios de la Zona Ponent de Tarragona. Su situación es diversa: los chechenos son refugiados que han huido de los horrores del conflicto ruso-checheno de las décadas de 1990 y 2000, mientras que los búlgaros y los hondureños son emigrantes de los llamados “económicos”, personas que abandonaron su país para escapar de la pobreza o de la miseria. Andrei capta instantes de su vida cotidiana, tanto intra como interétnica, sus condiciones de vida y de trabajo. A través de estas fotografías subraya la preocupación de los mayores por transmitir la lengua materna a los más jóvenes, pero también los lugares de socialización comunes a todos los habitantes del barrio, sean o no inmigrantes, en especial el bar. El anclaje en el barrio y la contextualización de los protagonistas restituyen la pluralidad de las identidades: viéndoles transmitir la lengua materna en ciertos momentos, frecuentar el bar en otros, su identidad no queda reducida a la del “checheno”, el “búlgaro” o el “hondureño”.

El camino artístico tomado por unos y otros ofrece pistas interesantes para explorar las expresiones de la frontera y de su superación. Las obras se encuentran más o menos ancladas en el barrio, espacio clave de las tres residencias, y son más o menos metafóricas. Todas tienen en común, sin embargo, una mirada crítica sobre Europa y su relación con la inmigración. La frontera resulta en todos los casos maltratada, tergiversada, incluso ridiculizada, mientras que las representaciones de “Ellos”, en este caso los emigrantes y las minorías interiores, se ven cuestionadas e incluso denunciadas. La mirada artística es aquí un baluarte contra cualquier esencialización de los grupos y las identidades.